“La pregunta «¿Qué es dadá?» es antidadaísta y escolar en el mismo sentido que lo sería esa misma pregunta ante una obra de arte o un fenómeno de la vida. Dadá no se puede comprender, dadá hay que vivirlo. Dadá es directo y natural. Se es dadaísta cuando se vive. Dadá es el punto de indiferencia entre contenido y forma, mujer y hombre, materia y espíritu, es el vértice del triangulo mágico que se alza sobre la polaridad lineal de las cosas y los conceptos humanos. Dadá es el lado americano del budismo, grita porque puede callar, actúa porque está en calma. Por eso Dadá no es política ni estilo artístico, no vota por la caridad ni por la barbarie – «mantiene la guerra y la paz en su toga, pero opta por el cherry brandy Flip»-. Y, sin embargo, Dadá
tiene un carácter empírico porque es un fenómeno entre fenómenos. Como es la expresión más directa y viva de su tiempo, se dirige contra todo lo que le parece obsoleto, momificado, estancado. Persigue una radicalidad, aporrea, se lamenta, ridiculiza y flagela, se cristaliza en un punto y se extiende sobre la superficie sin fin, es efímero y, sin embargo, tiene hermanos entre los colosos eternos del valle del Nilo. El que viva para ese día, vivirá para siempre. Eso significa: quien haya vivido lo mejor de su tiempo, habrá vivido para siempre. Toma y entrégate. Vive y muere”
(Richard Huelsenbeck, Almanaque dadaísta)